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2012/12/12

PROFETA DEL MAL EJEMPLO



Un mar negro de incompletitudes, así logré definir y resumir mi patética y trasnochada existencia. ¿Cuánta vaina no azotaría mi conciencia, mientras que yo, trémulo y olvidadizo me ceñía a la realidad, iracundo y con un deseo innato de volverme un plaguicida o la mortandad andante? Esos síndromes de manos negras y próstatas en declive, eran como un minúsculo plato de entrada para desear tener derecho de propiedad sobre la parca, y darme el lujo  de agotarle el aire a esos desencausados.

En fin, todo es tan reprochable cuando se trata de la sentencia que carga consigo cada uno de los colom(b)violentados, desde su origen gestado en las entrañas de las cúpulas políticas, donde plagas horrendas constantemente inhalan nuestras utopías y absorben con deleite y placer nuestra mínima causa de existencia.  ¿Libertad? No podría pensar uno en ese concepto, siendo tan ajeno a nuestras intenciones. Sólo hemos sabido crecer o intentar sobrevivir en medio de las impertinencias y desapariciones… tanto así que podríamos creer que es un componente en el aire lo que nos obliga a pensar en la muerte como un cotidiano, y en la vida como una novia con promesas virginales pero que termina siendo la celestina de la universalidad y no se nos hace propia, aunque así lo quisiéramos.

Pero aún en estos tiempos de cobardía desmesurada, es posible más allá de lo que estos asiduos  instantes de remembranza evocan, entender la rabia como un eco clandestino de mártires que siguen el ritmo del talante, de mi palpitar furioso e indignado que me han hecho merecedor del título de poeta mercenario,  capaz de torturar y asesinar con letras, pero también de brindar resurrección no bendita a mis muertos, de encender nuevamente sus miradas inertes  en la mía y caminar con ellos en la palabra. Sin  más ni menos, las esperanzas dejarían de ser como fugaces balas en la periferia, las mismas que han ido marcando siempre la dirección y  vía al “desarrollo” con esquirlas de fuego y lágrimas.

Pienso: ¡Ay, muerte! Mi amada y repudiada musa, no imaginas cuánto me indigna que te hayas prostituido, volviéndote la amante de paracos, sicarios, de todos esos asesinos que te han puesto a besar a los inocentes y a robarte sus pretensiones vitalicias, dejando a un pueblo, huérfano de ideales. He pretendido verte aún de la más magna manera, con la esencia e importancia de tu origen, pero ya el tiempo y la cantidad de lápidas ofrendadas en la injusticia me han hecho pensar en ti como una cualquiera, tanto así que sólo te harían falta unas buenas siliconas para pasar desapercibida entre lo importante, pero asediada por las intenciones banales de aquellos cuya existencia se basa en el cinismo malévolo y la hipocresía.

Ahora, sin gran brillantez pero con mi humor que aun siendo negro, existe, me despojé de la crítica y encaminé mis furias y pasiones hasta lograr desarrollar  una especie de síndrome llamado filantropía, tanto así que en ocasiones me siento como una Calcuta sindicalista, claro está, que no fui yo quien eligió caminar entre la lepra y las eses rimbombantes de los burgueses, pero sí en creer en mi verdad como finalidad de existencia, como máximo absolutismo. También descubrí que en otra vertebra de mis inconsistencias mentales y emocionales, durante cada minuto marcante de mis tiempos, contradecirme de la manera más sencilla es una de mis cualidades en potencia, en especial cuando de amor por alguien se trata (Claro está, que mi percepción de ese bicho de asfalto y montaña se ha teñido sólo de rabias y ausencias) pero bien, he sabido sexuarme las mentes, deleitarme de ingratitudes, comprender lo efímero y pretender sublevarme en los recuerdos. Me he perdido infinitas veces, queriendo suplir mi existencia en leves caricias, pero la vida me ha maltratado, y me ha sido más cariñoso un fusil apuntando con sus cadavéricos besos, que esas mujeres que aún no comprenden el valor de la nada como un todo.

Supongo que al leer a esta maraña de líneas grises con intención de recobrar un matiz, muchos se habrán preguntado si quizá yo me he enamorado… Pues sí, tanto así que me ofrendé a la  mismísima frustración de que algo me significara más que la rabia, campo del cual soy un licenciado con innumerables maestrías y especializaciones en desprecio e ironía, con objetivos de ataque ya predestinados. Como sea, me enamoré del pasado, de la fuerza de esas voces y puños en alto, de la rebeldía a través del conocimiento, de la canción que tergiversó la conciencia de las masas, esa ira conjunta capaz de aplastar al opresor,  como el alma y sentir clandestino del pueblo indignado y sediento de  justicia. Ellos, los verdaderos próceres, aún teniendo a cuestas una cruz que nunca les debió pertenecer, permanecieron bajo la lluvia de balas… quizá pensando en que la vida es bella siempre y cuando exista una “Causa”.

Mi orgullo y mi reproche, pero siempre mía… “La causa” fue indeterminablemente el encuentro de mis trivialidades, de mi pesimismo en potencia, de mi rabia instintiva y algunas cualidades que terminaron siendo el farol en un sendero plagado de pestes. Supe aceptarlo aún con la amargura e insatisfacciones que a veces trae consigo, lo preferí así, amar un algo para dar un todo por eso, de otra manera mi lucidez suele ser patética, pues en mi camino he sufrido cantidades exorbitantes de deseos por algunas revoltosas magníficas, el problema en cuestión es que con ellas sólo he metido la pata, la rodilla y el torso entero cuando de ser todo un “caballero” se trata. Y me justifico en el simple hecho de que se me hace irascible intentar ser cortés cuando mi naturaleza radica en una dualidad entre admiración y asco indeterminable.

“La Causa” bien ha sabido seducirme, y no es un placer concentrado en la entrepierna,  es quizá la pequeña muerte en vida que tanto se necesita para comprender que es tiempo de levantar a los objetores y de exponer a los revestidos por la moral. Mis letras, casi desechas por los críticos de la coherencia dialéctica, son una re-significación de la muerte, una oda a la putrefacción de la sociedad, y un leve canto esperanzador por la vida y la libertad de los encausados.

Por: Una Fulana

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